En psicología hay una terapia reconocida contra las fobias. Y es la de enfrentarse a esos miedos sin escudos, cara a cara. Benalup vivió en 1933 una tragedia enorme. La muerte de una veintena de personas para sofocar una revuelta comunista. Y, después, la manipulación política y periodística, la represión y el terror. Ese horror, que como las fobias, paraliza y calla. 80 años después, el pueblo se ha sacudido el miedo plantándole cara y recreando en los mismo escenarios de aquellas muertes todo lo que pasó. Una terapia colectiva contra el silencio de tantos años.
El 11 de enero de 1933 en Benalup varios sindicalistas de la CNT proclamaron el triunfo del comunismo libertario y asediaron el cuartel de la Guardia Civil. Dos agentes fallecieron de disparos de campesinos. La Guardia Civil y la guardia de asalto de la República mandaron refuerzos para sofocar la rebelión, que fue abortada. Pero, en una suerte de venganza, la violencia fue más lejos. Los agentes, bajo la orden del capitán de Rojas, quemaron una choza con numerosos campesinos dentro y fusilaron a otros 12. En total, 26 muertos.
A Benalup, entonces Casas Viejas, siempre le ha pesado aquella tragedia como una losa. Fue un episodio negro que marcó también la Historia de España por el impacto que causó y porque fue utilizado por la prensa y la oposición como un arma contra el modelo de Manuel Azaña. La represión que llegó después contra aquel pueblo hizo que los descendientes de los represaliados ocultaran las marcas morales de aquellos años. Mientras, historiadores de todo el mundo recorrían sus calles en busca de las huellas de esos sucesos. Uno de ellos, Jerome R. Mintz, escribió Los anarquistas de Casas Viejas, que sirvió de base para el guión de la obra que hace cinco años representó la compañía El Hijo de la Luna en el Teatro de Benalup.
Entonces, en el 75 aniversario de los sucesos, la representación se quedó dentro de un teatro. Pero cinco años después, y tras un viaje inspirador a Verona, donde la tragedia de Romeo y Julieta está impresa en las calles, a sus responsables, María Orellana y Manuel Ruiz Mateos, se les ocurrió repasar el guión y trasladarlo a los lugares reales donde sucedió todo. “Creo que es un punto de inflexión al silencio. Los hijos de los represaliados nunca han querido hablar pero, desde la obra de teatro, y desde el esfuerzo que han hecho muchos por explicar lo que pasó, se ha roto esa barrera”, detalla Mateos.
Y así ha sido. En la noche del viernes, las luces se apagaron en un Benalup reconvertido. Volvieron a llenarse los suelos de albero, a ondear las banderas de la CNT, a cubrirse los techos de brezo. Han colaborado muchos. El Ayuntamiento, a la cabeza. Los dueños de comercios, las asociaciones de vecinos y mujeres organizando al público, los particulares vistiendo sus casas. La recreación se ha centrado en cuatro escenarios vivos: la que fuera la sede de la CNT, junto a la actual plaza del Pijo; el cuartel de la Guardia Civil, junto a la plaza de la Iglesia; la choza quemada, en la calle Nuevo; y el cementerio, a las afueras. De lo que fue hace 80 años no quedan vestigios, pero la obra ha vuelto al pasado.
Y la máquina del tiempo que es el teatro volvió a hacer pasear a unos triunfantes sindicalistas que hacían frente a la Guardia Civil. Cayeron los dos agentes. Vinieron los refuerzos y la guardia de asalto de la República. Para entonces ya cundía el pesimismo de la revuelta campesina. Y empezó el horror.
La quema de la choza se ha hecho con imágenes de fuego proyectadas por ordenador. Las llamas quedaban reflejadas en las paredes blancas. La calle Nueva, donde estaba la casa incendiada, y el cementerio, volvieron a revivir el grito de la muerte y los llantos de las pérdidas. Lo hicieron con lágrimas de los actores participantes, sobre todo mujeres, que representaban a las familias de los fallecidos. Un elenco seleccionado entre vecinos de Benalup, y con el violonchelo y piano de Jesús Vela, que ha compuesto un réquiem para la ocasión, y el flamenco de los cantaores Antonio de Antonio y Antonio de Paqui, al compás de una toná marcada por un yunque.
No hay más rastros físicos en el pueblo que retrotraigan a aquellos acontecimientos, a pesar de que esos lugares estén declarados Bien de Interés Cultural. Así que la memoria ha de guardarse entre los vecinos. Esos que, por el miedo que impuso la represión, han permanecido en silencio tanto tiempo y que ahora, gracias al teatro, se reconvierten en sindicalistas, como Cristóbal Mañez Moya, hijo de un tiroteado. “Es la propia gente de aquí la que ha permitido hacerlo”, explica Manuel Ruiz Mateos. “Es una terapia colectiva para reconstruir la Historia. Y lo hace Casas Viejas desde Casas Viejas”. La recreación llega tarde para Juan Silva, el hijo de María Silva, La Libertaria, una de las pocas que pudo salir de aquella choza con vida, aunque fue asesinada después en la Guerra Civil. Juan Silva murió el año pasado tras haber sido el pionero en presentar una denuncia ante la Audiencia Nacional para recuperar los restos de su madre. Su misión está inacabada. Quizá forme parte de una terapia más amplia.
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